Políticos que politizan

En periodo electoral arrecia un viejo lamento sobre los políticos que politizan. Pero, ¿qué tendría que suceder para que no lo hicieran?

Según el DRAE la palabra politizar tiene dos acepciones: 1) “Dar orientación o contenido político a acciones, pensamientos, etc., que, corrientemente, no lo tienen”; y 2) “Inculcar a alguien una formación o conciencia política”.

En ninguno de los casos hay un eco peyorativo, que siempre está presente cuando la gente habla de politizar:  lo hace no solo en el sentido de detectar el contenido político en lo que carece de él, sino añadiendo una connotación moral. En efecto, en el lenguaje corriente politizar es algo que no debería ocurrir, porque el asunto en cuestión es demasiado importante como para circunscribirse al ámbito político, que suscita sospechas porque los participantes en el mismo priorizan sus propios intereses partidistas sobre el interés general de la sociedad.

Esto se halla en paradójica contradicción con lo que habitualmente se considera que es la política.

Sólo en un caso aceptan tanto los ciudadanos y los políticos que politizar no es bueno, y es cuando estos últimos entablan negociaciones o firman pactos multipartidarios. Se celebra la Constitución, y se lamenta el fracaso del Pacto de Toledo, cuya relevancia es ponderada porque los partidos se han puesto de acuerdo para no politizar.

Nótese que estos dos ejemplos rara vez son destacados en el sentido de observar que su curiosa no politización tiene deficiencias o consecuencias lógicas nocivas a partir del interés de los propios políticos. Por ejemplo, es poco frecuente que se señale que nuestra Constitución de 1978 no solo no hizo nada para frenar la presión fiscal en España sino que de hecho propició la mayor subida de la misma en nuestra historia. Los constituyentes, objeto generalizado de cariño y admiración, llegaron a un amplio consenso para quebrantar el principio fundamental del Derecho Constitucional: la limitación del poder. En otras palabras, emprendieron una acción supuestamente no politizada cuyo desenlace fue una diáfana politización, en los dos sentidos mencionados de la palabra.

Algo similar sucedió con el Pacto de Toledo, que no solo nunca resolvió los desequilibrios fundamentales del sistema público de pensiones, sino que tampoco fue capaz de mantener su carácter pretendidamente no politizado. Todos los avatares del Pacto, incluido su reciente cierre en falso hace pocas semanas, se explican por su sistemática politización.

Entonces ¿cómo lograr que los políticos no politicen? Sospecho que hay una sola manera: privándolos del poder para recortar los derechos y las libertades los ciudadanos, singularmente la propiedad privada y los contratos voluntarios. No me insista usted en que esto es difícil. Lo sé. Y lo es no solo ni principalmente porque los políticos no estarán por la labor. Lo realmente malo es que tampoco lo estemos los demás.