Warren sigue

Warren Sánchez, el hombre que tiene todas las respuestas, no tuvo ayer todos los votos necesarios para ser investido presidente del Gobierno. Pero sigue. Y puede que no siga peor. Para él.

Lo peor para él habría sido mantenerse en la Moncloa, pero que todos lo vieran como un pelele, una mera marioneta de los populistas, vicepresidido por Irene Good Night, y teledirigido por la coleta ausente, pero omnipresente, de Paulita Naródnika. No cediendo cuotas de poder sino entregando el propio poder, como dijeron ayer algunos socialistas casi con estas mismas palabras.

Y lo peor para los populistas habría sido entrar en el Gobierno pero que todos los vieran como segundones, con el riesgo de compartir particularmente los fracasos pero no los éxitos de la banda —feliz expresión cuya cita implícita agradezco a Albert Rivera, porque la he utilizado a menudo en mis artículos; en efecto, se trata de una genuina banda según al menos dos de las principales acepciones del DRAE: “parcialidad o número de gente que favorece y sigue el partido de alguien” y “conjunto de músicos que tocan instrumentos de viento o percusión”.

Lo que ayer primó fueron los intereses de fondo de los intérpretes, que son, como es bien sabido, contradictorios, a pesar de los reiterados cánticos en pro de la izquierda, el progreso, la igualdad, la justicia social, y las otras intoxicaciones de rigor. De ahí la aparentemente extraña escenificación, donde la disputa entre los dos actores principales estribó en intentar demostrar que cada uno había cedido más que el otro. Si se observan sus interpretaciones se comprobará que, a pesar de todo, y dentro de las restricciones obvias que ambos padecen, Warren salió mejor parado que Paulita.

El mensaje socialista, machacado una y otra vez, fue: os ofrecimos de todo y vosotros, por segunda vez, impedisteis un Gobierno de la izquierda. Como esto resulta bastante creíble, los populistas se afanaron en mostrarse flexibles. De hecho, asistimos al espectáculo insólito de que rebajaran sus exigencias desde la misma tribuna del Congreso de los Diputados.

Pero en el fondo la respuesta de los populistas se diluyó en humaredas demagógicas, como que ellos eran imprescindibles para que bajara la luz y se abarataran los alquileres —por cierto, el grueso de las demagogias posibles, incluida la herencia franquista de controlar los precios desde el poder, ya fueron anticipadas por el propio Warren en su discurso inicial, que fue intencionado en todo, desde en lo plúmbeo y prolijo en sus benéficas metas hasta en la omisión de Cataluña, para dejar visible este flanco de los populistas, y dar la impresión de ser a la vez progresista pero responsable y leal a la nación española. Lo que se dice un estadista, vamos, un hombre moderado, competente, constitucionalista, europeísta y, naturalmente, el verdadero izquierdista.

En este juego de la mentira y la propaganda el que salió mejor parado fue Warren, dando la impresión de que los españoles están más seguros con él, aunque su presente posición parezca precaria.

Y lo peor de todo es que cuando Warren Sánchez corrigió a Paulita Naródnika, aclarando que él no será presidente “ahora”, lo peor de todo es que igual tiene razón. Nos vemos en el hall del teatro.