Y en eso llegó Pablo

Mariano Rajoy, buen parlamentario, ayer estuvo bien, describiendo las contorsiones de Pedro Sánchez para llegar a la investidura. Se burló con gracia de la firma del acuerdo con Ciudadanos, comparándolo con el Pacto de los Toros de Guisando, una cosa seria, y con la conjunción interplanetaria de Obama y Zapatero, una cosa estúpida.

El líder socialista respondió con un mensaje hábil, subrayando los incumplimientos del PP. Soltó señales de humo populistas, que repetiría toda la jornada. Tanto Rajoy como Sánchez aludieron a Pablo el Esperado. Y el socialista marcó una señal que no abandonaría: Podemos será la tabla de salvación del PP.

Y en eso llegó Pablo. El bolivariano no defraudó. Empezó distorsionando descaradamente la historia, repitiendo la fabulosa mentira de que los enemigos del franquismo eran todos paradigmas de la democracia y la libertad. Es una mentira muchas veces repetida por la izquierda: no en vano la eficacia de repetir la mentira no es una idea original de Goebbels sino de Lenin, a quien el nazi admiraba.

Una vez hecho esto, Pablo Iglesias dibujó un buen discurso para sus propias fuerzas y para conseguir su principal objetivo: quedarse con el voto de la izquierda. Sus mensajes insistieron, precisamente, en que la izquierda es Podemos, y no el PSOE.

Para llegar a esa conclusión hay que retorcer mucho la realidad, pero don Pablo está dispuesto a todo. Por ejemplo, a recurrir a los fantasmas agitados por el comunismo y el populismo, incluyendo la demonización de su principal alternativa en la izquierda, a la que acusó de pretender que “todo siga igual”, y de rendirse ante los poderosos que son siempre una odiosa y acaudalada minoría. De ahí que hablara del “plan de las oligarquías”, del poder de la banca y la globalización neoliberal: el tono fue abiertamente demagógico y chavista.

Jamás perdió Iglesias el monopolio de la virtud: ellos son la democracia; los demás no son demócratas. Tuvo la osadía de acusar a Sánchez y Rivera de ser “títeres de las oligarquías” y “marionetas de los poderosos”. El amigo de la tiranía bolivariana y la dictadura iraní impartió a voz en cuello lecciones sobre el totalitarismo.

En economía no hubo sorpresas sino el delirio habitual de pintar el paraíso en la otra esquina y aclarar que el pueblo no lo va a pagar. Así, “no se puede hablar del Estado de bienestar y seguir en la senda suicida de reducción del déficit”. O sea, no es suicida la espectacular subida del gasto público que propone, y si alguien se opone a la subida de impuestos es que representa el “fanatismo económico neoliberal”. Tras la fábula paranoide del malvado “plan del Ibex 35”, como si a usted le subiera los impuestos Amancio Ortega, se marchó puño en alto: los bárbaros no engañan. Es más, impactan: repitieron sus banderas demagógicas Doménech, Fernández (habló de “clases dominantes”), Tardá (dijo que la corrupción es franquista…), Garzón (que habló de Bankia, como si no hubieran mandado allí los comunistas con Blesa), y varios otros enemigos de la libertad del pueblo.

Sánchez estuvo bien en la réplica al populista, en primer lugar, porque le recordó las coincidencias de ambos en medidas antiliberales, le reprochó que se excediera en sus propuestas de incrementar el gasto público, pero aprovechó para insistir en que él también está a favor de subir los impuestos, concretamente para financiar la Seguridad Social. Y terminó con una oblicua evocación a Hayek: efectivamente, los antiliberales están en todos los partidos, y Podemos vota igual que los fascistas en la Unión Europea.

Por fin, Rivera. Sin gritar, como Iglesias y Tardá, fue el mejor. Utilizó también la presión a Rajoy –señalándole la pinza de su voto con Esquerra, Bildu y Podemos– y la denuncia a Iglesias: “no hay asalto al poder”, el modelo no es Grecia ni Venezuela, y no puede ser Otegui ministro del Interior. Defendió lo mejor de la transición, repitió la consigna antiliberal de “redistribuir la riqueza” –como si su dinero no fuera suyo, señora– pero al menos, de palabra, dijo lo que la mayoría de los ciudadanos piensa cuando se trata de sus derechos. Y lo dijo así de claro: “No vamos a machacar con más impuestos a los españoles, basta ya”.

(Artículo publicado en Expansión.)