Cuando lo expulsó del paraíso, Dios condenó a Adán a ganarse el pan con el sudor de su rostro. Desde entonces pasaron miles de años en los que la jornada laboral transcurría para prácticamente todos los seres humanos, de todas las edades, de sol a sol.
Desde hace un par de siglos, sin embargo, la jornada de trabajo excluye a los niños y se ha ido reduciendo para los adultos. Al mismo tiempo, el progreso tecnológico ha desvinculado casi por completo al trabajo del sudor, es decir, del esfuerzo físico, lo que facilitó considerablemente la incorporación de las mujeres al mercado de trabajo en pie de igualdad con los hombres.
La explicación de este extraordinario fenómeno económico y social, que hace que desde el año 1800 todos los indicadores de bienestar se disparen, descansa sobre variables científicas y también institucionales, como la seguridad física y jurídica de la propiedad privada y los contratos en los mercados.
La gran prosperidad permitió también financiar el crecimiento del Estado, y de allí brotó un primer equívoco, a saber, la idea de que los países son ricos porque tienen Estados grandes. En realidad, es al revés.
Un segundo equívoco fue creer que las condiciones de trabajo mejoraban gracias a la intervención de los políticos y los legisladores. En realidad, esa coacción puede dar lugar al desempleo, como vemos en España, y a las trabas al enriquecimiento de los ciudadanos debidas a las regulaciones y los impuestos.
Así, la reducción de la jornada laboral beneficia a los trabajadores solamente si viene avalada por el crecimiento de la productividad. En caso contrario, muchos empresarios no podrán absorber el mayor coste salarial y deberán cerrar, perjudicando de esa manera al empleo. La situación es particularmente gravosa para las empresas pequeñas y medianas, y para los trabajadores autónomos, cuya productividad es a menudo inferior a la de las grandes compañías.
Queda el consuelo de que los propios trabajadores rechazan cada vez más en las urnas las opciones políticas de quienes entonan demagógicos cantos de sirena alegando que pueden recortar jornadas, o subir salarios, por decreto, sin causar ningún daño.
(Artículo publicado en El Periódico de Sotogrande.)