Tuve el honor de conocer de niño a Ernesto Sábato, porque era amigo de mi familia. Años más tarde lo saludé después de la representación de su «Romance de la muerte de Juan Lavalle», y me dijo sonriendo: “¡Hace un metro que no te veo!”. Y mucho después lo visité en su casa de Santos Lugares, porque me llevó Elvira González Fraga.