Warren, ayuda y castigo

Warren Sánchez, el hombre que tiene todas las respuestas, desplegó todas las sonrisas en la presentación de las ayudas al automóvil. Está fuera de toda duda que el Gobierno debe asistir a los empresarios, que son la clave de la creación de riqueza y empleo. Sin embargo, rara vez se considera que lo mejor que pueden hacer las autoridades para ayudar a los empresarios es no castigarlos.

Se argumentará que las empresas han sido golpeadas por el virus, y no por Warren, que acude ahora al rescate. Esto es cierto solo en parte, porque él y sus secuaces aplicaron un cierre económico intenso, mientras que en otros países las estrategias menos rigurosas han funcionado relativamente bien. Por tanto, cabe objetar que el Ejecutivo socialcomunista, si ahora ayuda, es para reparar destrozos previos que fueron responsabilidad suya.

Las ayudas, como hemos visto en el caso del Ingreso Mínimo Vital, tienen ventajas políticas indudables: los subsidios identifican claramente a quien los recibe y a quien los confiere; por eso constituyen las estrategias favoritas de los poderosos y los amigos del poder.

Se les pueden plantear, empero, dos clases de objeciones. Una clase es el coste y la identificación de quién va a terminar pagándolo, lo que remite a la teoría de los grupos de presión y la acción colectiva, que tiene una larga historia en economía, desde Adam Smith hasta Mancur Olson. Y la otra clase de objeciones remiten a las dificultades que enfrentan los Estados a la hora de organizar la economía desde el poder.

Los economistas entraron en un famoso debate sobre dichas dificultades hace un siglo, cuando el socialismo dejó de ser una idea y pasó a ser una realidad. ¿Podrían los comunistas organizar desde el Estado la producción, la distribución, la inversión y el consumo mejor que el mercado libre? Ahora la respuesta parece obvia, porque hemos visto el desastre empobrecedor y criminal en que se concretó el anticapitalismo. Pero en los años veinte del siglo pasado las cosas no estaban nada claras para muchos economistas. Uno de los pocos que defendió la imposibilidad de que el socialismo lograra el paraíso terrenal que anunciaba fue el austriaco F.A.Hayek, que elaboró una fértil crítica al intervencionismo fundada en la debilidad incuestionable de la inteligencia humana. Simplemente, no hay forma de que unas pocas mentes puedan saber cómo organizar la economía de una sociedad moderna y compleja. Nadie puede realmente conocer cuáles son los sectores importantes y estratégicos de la actividad económica del futuro.

Por lo tanto, lo prudente sería ayudar a todas las empresas y todos los sectores por igual, reduciéndoles costes e impuestos, y abriendo sus mercados. Me dirá usted que no ve a Warren en esa senda benéfica. Yo tampoco.