Prólogo a «Por qué soy liberal», de Diego Sánchez de la Cruz

Prólogo a Por qué soy liberal, de Diego Sánchez de la Cruz

Carlos Rodríguez Braun

Entre los liberales es habitual quejarse del escaso eco que tienen nuestras ideas. Y a primera vista esto parece acertado, porque en general predomina el antiliberalismo, y lo hace especialmente cuando estalla una crisis económica, que, como hemos visto en años recientes, tiende a convocar a los antiliberales de todos los partidos con renovados ímpetus.

Así, desde escaños, pantallas, púlpitos, cátedras y tribunas sin fin hemos sido reiteradamente aleccionados sobre los infinitos males que una supuestamente excesiva libertad ha descargado sobre nosotros. La conclusión parece de sentido común: ante tantos sinsabores y contratiempos, saludemos a los profetas que auguran que nuestras aflicciones serán mitigadas mediante nuevos recortes de nuestras libertades y nuestros derechos.

Sin embargo, a pesar de todo, jamás he compartido los lamentos que el antiliberalismo prevaleciente suscita entre los amigos de la libertad. Y no porque sus quejas carezcan de fundamento, sino porque a menudo están desenfocadas. Para ponderarlas desde una perspectiva más ajustada conviene leer este libro de Diego Sánchez de la Cruz, un joven y destacado periodista liberal español.

Cualquier liberal no mucho tiempo atrás habría dado un respingo al leer estas últimas palabras. Tras un salto de asombro, habría preguntado: ¿joven periodista liberal español? Pero ¿es que hay alguno?

En efecto, hoy podrá haber pocos jóvenes periodistas liberales, pero puedo asegurar al lector que cuando yo me acerqué a estas ideas por primera vez, a finales de los años 1970, había menos, muchísimos menos. Por tanto, no corresponden protestas sino plácemes. En nuestro país y en el mundo el liberalismo va bien, gracias. Dirá usted: es fácil que vaya relativamente bien con respecto a su propio pasado, porque hace cuatro décadas los liberales sumaban algo así como un análogo número de gatos. Es verdad, pero pretender que se imponga de forma súbita y aplastante un conjunto de nociones tan contradictorias con las ideas y los valores prevalecientes sería absurdo. No podemos olvidar que estamos rodeados en todo el mundo todo el tiempo de mensajes que socavan las instituciones de la libertad que defendemos los liberales, en particular la propiedad privada y los contratos voluntarios.

Corresponde, pues, y sobre todo desde la perspectiva de un viejo liberal, saludar a personas como Diego Sánchez de la Cruz, que con su esfuerzo constante han ido promoviendo el liberalismo en un contexto, como casi siempre, hostil. En su caso, Diego lo ha hecho ejerciendo su profesión de periodista, es decir, contando lo que pasa, o que acontece na rúa, como dicen sus paisanos gallegos.

Y por eso este libro tiene muchos datos, empezando por un interesante repaso histórico sobre la espectacular mejoría que ha registrado el bienestar de la humanidad en los últimos doscientos años. Es una mejoría claramente vinculada con la economía de mercado: cuanto más la han respetado los países, más han prosperado, y cuanto menos, menos.

A continuación, se presenta el contraste entre los datos y la reacción política contra el capitalismo y el mercado, y se denuncia el falseamiento de la realidad que acometen quienes nos insisten en que vivimos en un infierno por culpa de la libertad, alegando, por ejemplo, que la pobreza y la desigualdad han aumentado en el mundo o que en España cientos de miles de familias han sido expulsadas de sus hogares. Por cierto, en España tampoco es verdad que seamos muy desiguales, como lo prueba un estudio reciente del Instituto Juan de Mariana, entidad que, conviene recordarlo, constituye otra prueba de la lozanía del liberalismo en nuestro país.

Un dato tras otro avalan la solidez de las teorías liberales y la endeblez del pensamiento único intervencionista. Por ejemplo, se prueba que no es verdad que las empresas paguen pocos impuestos en España, y, en cambio, sí es verdad que esos impuestos que pagan recaen sobre los trabajadores en forma de salarios menores. Es verdad que se recauda más por el Impuesto de Sucesiones en Madrid que en Andalucía, y eso que en Madrid está bonificado al 99 %. Y es verdad que la Dirección General de Tráfico dedica menos del 1 % de su abultado presupuesto a asistir a las víctimas, y no es verdad que la persecución fiscal reduzca el consumo de tabaco y alcohol.

Hay finalmente, una tercera parte con propuestas liberales, bastante moderadas, incluso demasiado moderadas, pero eso no importa, porque, moderadas o no, no serán aplicadas, salvo…salvo ¿qué?

Un futuro libro de Diego Sánchez de la Cruz podría abordar este interesante asunto, en dos etapas. La primera es analizar por qué, si la evidencia empírica y la solidez analítica parecen estar del lado de los liberales, resulta que muy pocos nos respaldan. Ahí los datos son concluyentes: ningún político de ningún partido de ningún país secunda nuestras propuestas, que tampoco apoyan los intelectuales, los artistas, los periodistas, los sindicalistas, los agricultores, los industriales, los banqueros, los burócratas, los religiosos, etc. Casi nadie está con nosotros. Pueden apreciar algunas de nuestras ideas, por ejemplo, la bajada de impuestos, pero lo neutralizan con la oposición a otras, a menudo inseparables de ellas, como la reducción del gasto público.

Sospecho que lo que le pasa al liberalismo es que ha dejado de estar en el centro de la matriz moral de la sociedad. Por eso hay tantas personas de bien que tienden a recelar éticamente del liberalismo, con lo cual los argumentos y las cifras tendrán en ellas un impacto menor al que tendrían si no existiese esa predisposición moral antiliberal.

Si consigue superar esta primera etapa sin deprimirse, Diego podría abordar la segunda, cuya superación es la definitiva prueba de la humildad liberal y la certificación de que debemos estar más que satisfechos con el poco caso que nos hacen. La cuestión sería reconocer que, en muchos casos, probablemente en la mayoría, los avances que ha hecho el liberalismo en nuestro tiempo no se han debido al éxito de nuestra prédica sino a un mero cálculo de costes y beneficios políticos emprendido por el propio Estado, ese extraño enemigo al que a menudo no acabamos de entender.