Borges y el Congreso

El profesor Martín Krause, en la Universidad de Verano del Instituto Juan de Mariana, recordó el cuento de Borges titulado “El Congreso”, sobre el hacendado uruguayo Alejandro Glencoe, que, al no poder entrar en el parlamento de su país, “se enconó y resolvió fundar otro Congreso de más vastos alcances…un Congreso del Mundo que representaría a todos los hombres de todas las naciones”. Los problemas fueron patentes, desde el principio.

Este es un párrafo célebre: “Twirl, cuya inteligencia era lúcida, observó que el Congreso presuponía un problema de índole filosófica. Planear una asamblea que representara a todos los hombres era como fijar el número exacto de los arquetipos platónicos, enigma que ha atareado durante siglos la perplejidad de los pensadores. Sugirió que, sin ir más lejos, don Alejandro Glencoe podía representar a los hacendados, pero también a los orientales y también a los grandes precursores y también a los hombres de barba roja y a los que están sentados en un sillón. Nora Erfjord era noruega. ¿Representaría a las secretarias, a las noruegas o simplemente a todas las mujeres hermosas? ¿Bastaba un ingeniero para representar a todos los ingenieros, incluso los de Nueva Zelanda?”.

La idea es finalmente abandonada. Dice Glencoe: “Cuatro años he tardado en comprender lo que les digo ahora. La empresa que hemos acometido es tan vasta que abarca —ahora lo sé— el mundo entero. No es unos cuantos charlatanes que aturden en los galpones de una estancia perdida. El Congreso del Mundo comenzó con el primer instante del mundo y proseguirá cuando seamos polvo. No hay un lugar en que no esté”.

La opinión de Borges sobre la democracia es bien conocida: “Me sé del todo indigno de opinar en materia política, pero tal vez me sea perdonado añadir que descreo de la democracia, ese curioso abuso de la estadística”. Le interesaban más las personas que los gobernantes. “Vamos a suponer que hubiera una república en Inglaterra o que hubiera una monarquía en Suiza: no sé si cambiarían mucho las cosas; posiblemente no cambiarían nada. Porque la gente seguiría siendo la misma. De modo que no creo que una forma de gobierno determinada sea una especie de panacea. Quizá les demos demasiada importancia ahora a las formas de gobierno, y quizá sean más importantes los individuos”.

Al revés que García Márquez, Neruda, Saramago y otros que apoyaron atroces dictaduras comunistas, el respaldo de Borges a Pinochet le privó del premio Nobel de Literatura. Cuando le nombraron doctor honoris causa por la Universidad de Chile en 1976, recibió una llamada desde Estocolmo, advirtiéndole que, si acudía a recibirlo, entonces no iba a ganar el Nobel. Esta fue su respuesta: “Mire, señor: yo le agradezco su amabilidad, pero después de lo que usted acaba de decirme mi deber es ir a Chile. Hay dos cosas que un hombre no puede permitir: sobornos o dejarse sobornar. Muchas gracias, buenos días.”