La serie sobre Benito Mussolini, M. El hijo del siglo, está bien hecha y es entretenida, pero resulta fatalmente viciada por su descarado anhelo de presentar el pasado como presente. Por si a alguien no le terminaba de quedar claro, en el cuarto capítulo el líder fascista, con el pulgar hacia arriba, mira a la cámara y dice, en inglés: “Make Italy Great Again”.
Porque Mussolini no es simplemente recreado en el pasado, sino que rompe la cuarta pared. En efecto, el destacado actor Luca Marinelli se dirige con frecuencia a los espectadores y nos explica qué es el fascismo a nosotros, el público de hoy.
Este truco, como es natural, ha entusiasmado a la izquierda, encantada de llamar fascista a cualquiera que se le oponga, pero puede tener efectos contraproducentes. La crítica en varios países ha advertido del atractivo del discurso populista que machaca con la patria, el pueblo y “lo nuestro”. Sam Sacks señaló en el Wall Street Journal que los personajes secundarios que recrea Antonio Scurati son románticos, leales y se sacrifican por los ideales del partido –dice que Mussolini “puede ser malvado y amoral pero nunca parece un estúpido: esto es sin duda inquietante”.
El maniqueísmo puede resultar estéril, y la serie que dirige Joe Wright lo practica con denuedo, de modo tal que todo en el fascismo es pura, violenta y monstruosa maldad, mientras que todo en la izquierda es generosa, pacífica y abnegada bondad.
A esta grosera caricatura se le añaden otras distorsiones favoritas del llamado progresismo, como la condena al capitalismo, a la Iglesia, a Estados Unidos, a la monarquía, todos ellos ridiculizados o convertidos en cómplices de la barbarie fascista.
La advertencia contra el fascismo, que sin duda era y es una amenaza, habría resultado más eficaz si la serie hubiera atendido a los hechos históricos, lo que habría presentado una visión verdadera, y al mismo tiempo más incómoda para la izquierda.
De entrada, Mussolini era socialista y compartía la esencia del mensaje antiliberal, que entonces se extendía por todo el mundo. Ese antiliberalismo lo mantiene buena parte de la izquierda hoy, que nunca reconoce que la “defensa de lo público” es típicamente mussoliniana. Como recordó The Guardian, la ruptura de Mussolini con el socialismo tuvo que ver con la guerra, por su apoyo a la intervención militar italiana en la Primera Guerra Mundial. No tuvo que ver con diferencias en torno al liberalismo, en cuyo aborrecimiento coincidían la izquierda y los fascistas. Y han seguido coincidiendo.
Otros paralelismos con la izquierda actual también son incómodos, como la “creación del pueblo”, típica de los populistas, o la costumbre, generalizada en política, de pensar, decir y hacer una cosa y la contraria.