Propiedad y desastres

Si en nuestro tiempo miramos a los políticos para que resuelvan todos nuestros problemas, esta dependencia se agiganta cuando se desencadenan grandes catástrofes, como el huracán Katrina de 2005. Laura E. Grube y Virgil Henry Storr, profesores de la Universidad George Mason, estudian las características de la recuperación tras el desastre, y se preguntan por qué su dinamismo fue diferente en según qué comunidades (“The capacity for self-governance and post-disaster resiliency”, The Review of Austrian Economics, septiembre 2014).

El pensamiento mayoritario, como digo, insistiría en la imprescindibilidad de la acción política y subrayaría los problemas de coordinación planteados por las agrupaciones libres, y los “fallos del mercado” favoritos de la economía convencional. Estos dos profesores, en cambio, analizan la importancia de los recursos que no son políticos, como las redes y el capital social, en la resistencia de las comunidades ante el desastre. Su hipótesis es que si los lazos espontáneos no políticos funcionan bien en una comunidad en condiciones normales, también lo harán en condiciones anormales, y que los barrios con mejor capacidad de autogobierno responderán mejor ante las catástrofes.

Recurren a la premio Nobel de Economía, Elinor Ostrom, y a su idea de que la propiedad definida, privada o comunal, puede resolver la llamada “tragedia de los comunes”, en la que el propio interés amenaza con destruir un recurso compartido limitado; Ostron defiende lo que llama órdenes policéntricos más que los monocéntricos o “Gargantúas”, en la que solo un organismo decide. Dicen los autores: “aunque ciertamente hay diferencias entre una recuperación tras un desastre y el manejo de un recurso común, ambos prueban la capacidad de una comunidad para el autogobierno”.

Analizan comunidades diferentes, pero que funcionaron mejor que aquellas en las que hubo amplia presencia de burócratas y políticos. Una es Mary Queen of Vietnam en el este de Nueva Orleans, en una zona con más de la mitad de la población de raza negra, y un 37 % de asiáticos. Esta comunidad de Mary Queen, formada originalmente por refugiados vietnamitas de religión católica, estaba bien organizada antes del huracán, y, aunque padecieron las peores inundaciones, pronto estaban sus miembros de regreso en sus casas. Destacaron las instituciones informales (cf. http://goo.gl/PnH7sC) y el papel clave de la parroquia en la alta capacidad de autogobierno.

La otra comunidad es Gentilly, con viviendas unifamiliares y campos de golf, un barrio de clase media y trabajadora de raza blanca, aunque también con una apreciable población negra. El 77 % de las casas fueron dañadas, pero se recuperaron más rápido que en otras áreas. Tenían instituciones de autogobierno y cohesión social, redes sociales informales y asociaciones voluntarias que se juntaron a pesar de sus diferencias. También aquí la religión fue importante, en este caso la Iglesia Metodista.

En conclusión, incluso ante grandes calamidades, situaciones en donde no se concibe que las personas salgan adelante por su cuenta, se constata que las comunidades pueden abordar esos enormes desafíos, incluida la mayor delincuencia, sin una organización centralizada desde el poder político.

(Artículo publicado en Expansión.)